ISIS no es solo una organización terrorista; es también un fenómeno profundamente ligado a las fracturas del sistema internacional contemporáneo. Su ascenso no puede explicarse únicamente desde la teología o el extremismo religioso, sino que debe situarse en el contexto de invasiones, vacíos de poder, guerras subsidiarias y estrategias de dominación indirecta. Desde su base doctrinal hasta sus acciones en el terreno, el Estado Islámico ha actuado como un actor funcional en múltiples niveles: sembrando terror, provocando reacciones internacionales y sirviendo, consciente o no, a determinados intereses geoestratégicos.
La falta de coherencia entre su discurso y su elección de objetivos, el uso sistemático de propaganda de alto impacto, y su supervivencia pese a grandes ofensivas militares, alimentan una lectura más amplia: la de un ente útil en la reconfiguración del orden en Medio Oriente que es parte de una Operación Psicológica (PSYOPS). En este entramado, ISIS ha sido combatido y, al mismo tiempo, aprovechado; demonizado públicamente, pero tolerado cuando su existencia ha favorecido agendas mayores. Su legado no solo se mide en víctimas y territorios devastados, sino también en la manipulación de la percepción global, el rediseño de mapas políticos y la instrumentalización del miedo como arma geopolítica.
Comprender el fenómeno ISIS implica, entonces, ir más allá de sus banderas y proclamas. Exige analizar el papel de las potencias, las operaciones encubiertas, las guerras informativas y el uso del terror como recurso de poder. Solo así es posible acercarse a una visión menos ingenua y más completa de uno de los actores más enigmáticos, funcionales y polémicos del siglo XXI.
Fuente electrónica de la información:
La frase del día
"Cuando alguien se está ahogando, no es el momento de enseñarle a nadar"
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