A
medida que el niño va creciendo va también aprendiendo que sus deseos chocan
con el mundo real; esto fuerza al niño a readaptar sus deseos a ese mundo real
a través del principio de realidad. Así se construye el yo consciente en el
primer año de vida del sujeto, el yo que creemos que somos. Este yo es la parte
visible de nuestra personalidad pero las raíces profunda de nuestra identidad
permanecen en el lado inconsciente de nuestro psiquismo. Todas las motivaciones
conscientes no son más que motivaciones inconscientes transformadas por el súper-yo
para que el yo pueda conservar incólume su autoconcepto. Un ejemplo típico es
el amor sexual; a pesar de la poesía, el arte que lo ensalza, o los
sentimientos tan nobles que alimenta, desde la perspectivas psicoanalítica el
amor tiene un origen inconsciente en el impulso de la autoperpetuación que
aparece en todos los seres vivos; la creación simbólica asociada al amor (la
ternura, el afecto, la fidelidad) no son más que velos con los que encubrir su
motivación primaria, biológica e incluso fisiológica. El yo se complace en
considerar que sus sentimientos se basan en principios nobles y no en un mero
impulso de satisfacción instintivo.
Los
elementos inconscientes son lesivos para el concepto que de sí mismo posee el
yo, por esta razón esos elementos inconscientes son reprimidos y no surgen a la
conciencia más que en ocasiones puntuales como sueños y actos fallidos. Los
procesos de libre asociación o la interpretación de los sueños del paciente son
metodologías terapéuticas propias del psicoanálisis.
Fuente:
Diplomado en Investigación Criminal
y Ciencias Forenses. Universidad Dr. José Gregorio Hernández.
Myers,
David G.; PSICOLOGIA; Editorial Médica Panamericana.
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