Su nombre viene de la mitología griega. Según cuenta la historia, Pigmalión era un escultor que creó la escultura de una mujer de la que se acabó enamorando y que, a través de la intercesión de Afrodita, ésta acabó encarnándose en una mujer real.
El efecto Pigmalión es en definitiva la influencia que ejercen las creencias de otras personas sobre nosotros. Esas creencias van modelando el autoconcepto, de tal manera que acabamos funcionando tal y como nos han dicho que somos.
Somos especialmente vulnerables a este efecto en nuestra infancia, ya que a esas edades se está formando nuestro autoconcepto, es decir, la idea del “yo” que somos.
Introyectos y efecto Pigmalión
Si de niño me han puesto, por ejemplo, la etiqueta de “malo” sólo por ser inquieto, es posible que esa etiqueta la acabe actuando, ejerciendo finalmente ese rol, y reforzando la idea inicial que tenían de mí.
Esto está muy relacionado con introyectos, que son mensajes recibidos que nos hemos tragado sin digerir. Aunque los introyectos no sólo se refieren al yo, sino a ideas sobre el mundo o los demás, una parte muy importante de éstos esculpen nuestra idea de nosotros.
Entender el funcionamiento del efecto Pigmalión en nuestro desarrollo ayuda a deshacer la pesada carga de las etiquetas que (la gran mayoría de las veces sin querer dañar) nos fueron poniendo en la infancia.
Fuente digital de la información:
La frase del día
"Judas no estaba en la multitud, estaba en la mesa; por lo tanto, no todos los cercanos son leales"
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