Un par de jóvenes, uno de
ellos hijo de un gobernador, llegan a la capital venezolana para iniciar una
carrera universitaria. Periódicamente, recibían su mesada, lo que les permitía
gozar de una modesta vida universitaria. Durante sus actividades extracurriculares
se vincularon con otros estudiantes que residían en Caracas, luego vinieron las
salidas a la playa, discotecas, paseos a montañas, entre otras actividades
típicas de esa etapa juvenil.
Ya un grupo delictivo había
reclutado a unos estudiantes que suministraban información de los lugares donde
vivían sus compañeros. Se focalizaban en jóvenes de clase media alta
residenciados en casas. Un estudiante caraqueño se encargó de reclutar a los
otros dos jóvenes del interior. Este trío tenía la misión de ejecutar la
primera visita a las residencias de sus compañeros, conocer a fondo la
distribución de la vivienda y, sobre todo, hacer un estudio de los bienes que
poseían, desde electrodomésticos hasta vehículos. El segundo paso era organizar
la entrada del grupo que asaltaría la vivienda, en algunas ocasiones en
complicidad con quienes suministraban la información desde adentro, quienes
obviamente eran también sometidos durante el asalto. Incluso, durante algunos
robos, mientras parte de los agraviados estaban amarrados y vendados, los
estudiantes malhechores que habían suministrado la información vital para la
operación, participaban señalando los lugares claves para obtener el botín. Una
banda organizada de delincuentes identificó las debilidades de un grupo
de jóvenes estudiantes, unas víctimas extremadamente confiadas abrieron
las puertas de sus casas, mostraron lo que tenían, cómo vivían, cómo entraban y
cómo salían; sólo había que esperar la oportunidad para el zarpazo y el
"Triángulo del Delito" se completaría. Un escenario ideal, cerrado y
controlado, donde podían actuar durante horas con total impunidad.
Fuente: GUÍA ANTICRIMEN. Iván Simonovis. p.25.
Caracas-Venezuela. Septiembre, 2011.
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